Unas cuadras al sur del refugio
estaba la salvación,
el vicio que me salvaba
y lentamente me llevaba a la muerte.
Pero era feliz,
me hacía feliz.
Unas cuadras al sur del refugio
estaban mis hijos,
los hijos que me pedían plata
y volver al hogar.
Dejó de ser un hogar
cuando dejé de pensar
en que tenía algo que cuidar.
No fue culpa mía,
ni de la piedra,
ni del mal vidrio.
No fue el destino,
aunque si existiera
probablemente sí lo hubiera sido.
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