lunes, marzo 10, 2014

La quebrada

De pie y en la quebrada
hay un humano, quieto,
hay tres perros con ganas de destruír,
hay basura a su alrededor,
la gente que pasa por la carretera no los ve
y tira su basura,
ellos no la eluden, las reciben
y pierden más y más partes.

En este lugar del mundo no hay cuervos
que saquen los pedazos de a poco,
complementando el sufrimiento explícito;
pero hay gente morena que discrimina
a los apellidos indígenas,
sólo porque tienen apellidos españoles,
porque claro, los españoles que llegaron
eran todos unos genios.

Entonces los perros empiezan a correr,
uno se caga de miedo y corre también,
se saca la mierda como cinco veces,
tiene las manos más rojas que el cielo
enrarecido de ese día
e intenta gritar pero no le sale,
corre como nunca,
empieza a recordar los bigotes
y los dientes blancos de los profesores
de educación física y no les guardas cariño,
aunque tampoco rencor,
estás a punto de rendirte,
el cerro parece irremontable
y las quebradas parecen echas a propósito
por pequeñas piedras que crecen
a medida que uno las va pisando.

Y uno se rinde,
llora y se acuerda de todos los dioses
(porque hace cinco años recibe
las críticas de su familia por
no seguir sus cultos),
que pide perdón,
que se va a convertir,
que llora de verdad,
que lo ama.

Y el perro llega y la palidez
con el que lo enfrentas
es exagerada, exageradamente evidente,
tiemblas como nunca
y entonces el perro se abalanza
hacia ti y te lame la cara y te mueve la cola,
o algo así, porque no está completo el pobre perro,
pero cuando te das cuenta
lo ves como el perro más hermoso
que nunca viste.

Intentas llevártelo a casa,
mientras el humano (o humanoide)
que ahí estaba ya no está,
te da un poco de miedo, pero entre tanto
movimiento de cola y efusividad
se te olvida todo.

Empieza el tráfico unos 30 metros más arriba,
la gente no te ve
y tira su basura,
algunos follan ahí,
otros prenden sus luces de neón,
esas que no sirven de nada
pero dan respeto,
supuestamente.

Te desesperas,
intentas gritar pero no puedes,
entre tanta basura caen más perros,
tú los recoges, y vuelves a inmovilizarte,
los perros te aman,
tú también los amas.

Entonces te quedas ahí.

De vez en cuando alguien baja a inspeccionar
si hay algo de basura
que se puede re-vender,
ponerle un sello verde
y ser recicladores de esos que son héroes.
Tú los miras,
cuando alguien intenta pegar una patada
saltas y matas, sin piedad,
que acá no hay reglas,
que ya no te buscan.

martes, marzo 04, 2014

Temblor en la casa de cultura

Tembló todo el día,
nadie sabía que hacer,
el diario metía más miedo,
de un momento a otro
en Valparaíso todo parecía
estar a punto de caerse.

La gente debatía
entre quedarse en casa
o caminar todo el día sin rumbo
por miedo a morir atrapado
entre sus pertenencias.

El miedo terminó por
jugar a favor del encierro masivo.

En los cerros abundaban
las antenas digitales,
pero todos veían los canales nacionales.

De un momento a otro,
la torpeza, la farándula,
el machismo y el fatalismo
abordó aún más (si es que eso era posible)
en el ciudadano promedio.

Hubo una segunda dictadura,
los hijos no buscaban educarse,
los padres abandonaban el hogar,
los hospitales estaban abarrotados
sólo con gente con problemas estomacales.

Nacían más y más niños,
volvía a temblar,
la gente no aceptaba su suerte,
se llenaba de rezos,
hervía en esperanza,
pero nadie la aplicaba.

Entonces vino una ola gigante,
que nuevamente no previó el SHOA,
y mató a todos aquellos que la esperaron
dentro de templos y salas
con paredes livianas y delgadas.

No hubo moralejas ni enseñanzas,
sólo una historia más
para la televisión abierta
y la gente que vive encerrada
que perdió sus antenas satelitales