En la noche, cierra los ojos
se vive mejor acá adentro.
De una monotonía de momentos
de ternura y exabruptos de amor,
donde siempre se toca cielo
y nunca se llega a él,
intentas dormirte, pero lo hago primero.
Y no duermo, más despierto que nunca
aparece en una típica tarde
de sana entretención
aquella que nunca conocí.
Y entonces amo el pecado.
Una bosta en los deportes,
pasar a otro tema es idóneo.
Tirada en la mesa,
cambiamos el redondo plástico
y planchas de madera
por piel y placeres naturales
y todo es muy real.
No había pensado tanto en la perfección,
creo que fui premiado
por la mediocridad.
Y entonces tus ojos penetran,
tu talento que me humilla
y no me importa,
hoy no importa aquello.
Tus morenos cabellos, tu tez blanca
y tu perfecta simetría,
tu perfecta escala,
tu perfecta proporción.
No pensaba que un movimiento
iluminara más que una estrella cercana.
Tu ropa cae y no es mi persiana americana.
Te contemplo expectante,
jamás vi tanta perfección.
No soy inmoral, soy un simple mortal
y hay cosas irrenunciables.
Entonces la mesa es la perfecta ocasión,
el lugar soñado,
no hay más mundo que ella.
Labios de plata,
no hago zoom,
ya están lo suficientemente cerca
y con sabor al más dulce licor,
embriagarse es fácil
borrarse es seguro,
pero tu no desapareces.
Y el éxtasis de la magia
caminando en jardines botánicos,
pisando nubes, mientras abajo llueve
no necesito más,
está el baño de la luna.
Y termina el viaje,
tan eterno como onírico.
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