El amor es un juego de niños
que los niños no saben jugar,
y no es un juego de mesa que pueda comprar,
ni canciones que pueda descargar,
pero sí es un Dios abstracto
lleno de orificios donde respirar
y ahogar, en efecto retroactivo,
al ilustre visitante.
Si son cabinas numeradas,
si muchos creen llegar sentados ahí,
¿quién tiene la verdad?
De donde buscamos sinceridad,
encontramos adornos literarios,
entonces las rimas
y chocolates le abren las piernas
a la ternura, conviertiéndose
en la orgía más perversa.
El amor es un dios cruel,
me lo imagino con su rayo en la mano
eliminando a aquel que no trabaja
forjando su estatua.
Y muchos mueren en el trabajo,
otros se convierten en faraones
en tierra de nadie.
Yo observo todo el movimiento de la ciudad.
Me parece tenebroso
y prometo no acercarme
al insoportable olor a azufre.
Cuando caigo por un latigazo:
los ángeles golpean las espaldas
esperando terminar los turnos.
Y es un ladrillo muy pesado,
pero drogado camino
hasta el tope, donde pongo mi piedra y me lanzo al vacío.
Ahora sí conocí al dios,
en la vida eterna entonces
si hay un para qué sufrir.
Cuando veo tierra firme en el fondo,
hay motivos para afirmar
que no quiero paracaídas.
Un oasis de felicidad,
o sigo trabajando en el desierto.
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