Caminaba y ya todo se movía,
de momentos no era yo el que temblaba,
el piso se caía,
la gente lloraba
corría desesperada,
el resto estaba en shock.
De momentos no era yo el que temblaba.
Recordé una melodía a la inversa,
noventera, bien cabeceada,
bien rockera,
caminaba hacia el lado opuesto del tráfico de la gente,
seguían corriendo,
de momentos no era yo el que temblaba.
Repasé las canciones que tocamos,
y las que no tocamos
y deberíamos haber tocado,
nadie nos escuchaba,
nadie nos recuerda,
pero desgastarnos arriba de las tablas
habría sido memorable.
De momentos no soy el que tiembla,
la tierra sigue escupiendo
a toda esa gente,
y siguen corriendo.
Ya no me causa gracia,
la gente se acostumbró a la ficción de los gringos,
todos corren,
todos son extras predecibles:
correr y caer.
De momentos todo tiembla,
menos yo.
De los balcones veo a gente
intentando volar,
logrando su vuelo más corto
el último, magnífico,
era perfecto;
yo estoy al frente, saboreo un cigarro
que nunca tuvo sabor,
hago como que no me ahogo,
sonrío despreciando
todo lo que ya había hecho,
al menos una vez.
De momentos vuelve la calma.
En los minutos que duró la tempestad,
no me dediqué a contar los restos
ni los fallecidos
ni los saqueos,
pero sí fue la oportunidad
de mirar, otra vez,
desde una posición vertical.
Ahora soy yo el que tiembla otra vez,
el mundo se me da vuelta otra vez,
30 o 45 grados hacia la izquierda otra vez.
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