jueves, diciembre 12, 2013

Las canciones tristes

El Carlos nunca le dijo que no sabía hacer círculos de humo, que era un fumador promedio, que prefería fumar 20 cigarros baratos y malos que 20 de los buenos, marqueros y caros (bien caros). En realidad era una de las muchas cosas que no le había dicho.
De hecho, no se habían dado cuenta, pero no le había dicho casi nada.
El Manuel siempre salía tarde, de todas partes, aunque no lo quisiera. Siempre había una marcha de vacas bajando por la calle cuando, por esos milagros astrales, salía temprano de casa, incluso habiendo desayunado. Solía contar todo, y muchas veces eso generaba largos silencios en sus salidas de jóvenes solteros, sobre todo cuando el reproductor aleatorio azotaba con esas canciones que uno prometió escuchar algún día y que simplemente olvidó borrar y que obviamente no escuchó.
Realmente sabían que apestaban en el momento de la verdad: la conquista. Su ejército no se actualizaba hace años, olvidaron estar en el siglo XXI, olvidaron preguntarle a alguien para sacarle real provecho a las redes sociales. Sólo tenían un auto, un Hyundai Accent usado del 2004. Originalmente querían un escarabajo, o una kombi para tener onda, una buena imagen social y poca funcionalidad, quedar varados cada 25 kilómetros y ese tipo de cosas. Pero no lo tenían.
Ellos hablaban mientras ellas se mandaban mensajes o revisaban algo, cualquier cosa, fingían reírse... exasperantes. Pero no comprendían eso, cada uno dejaba de lado su dignidad y gran parte de lo que eran para no estar solos. Se hacían compañía, cada uno en su departamento arrendado, en pleno centro viñamarino. Se hacían compañía, cada uno, pero deseaban no seguir viviendo juntos. No se llevaban mal, no peleaban, el departamento no era un desastre, pero esperaban el éxito, de la forma en que se presentara y no compartirlo entre sí.
La historia continúa llana hasta que uno de los dos tuvo un desliz emocional con una compañera. Ella no estaba ni ahí, él se enganchó, obviamente. Luego del segundo beso (aquel que confirmaba que no se lo imaginaba ni que era fruto del paragua que se acababa de terminar) ya le quedó una ensalada interminable de emociones. Probablemente si hubiera tenido en su mano un anillo, cualquiera que sea, cualquiera el modelo, se lo hubiera entregado como símbolo de un compromiso. Y es más, probablemente no se habría separado ni divorciado nunca, por muchas cosas que pasaran (y ojo, que podían pasar muchas cosas, de hecho ni siquiera era el primer hombre en ser besado esa noche).
Luego de varias semanas de rechazos y de irracionalidad masculina, empezó a hacer jueguitos con los cigarros que, por fin, eran de su propio bolsillo. El Manuel estaba listo para ser la sensación de los carretes de compañeros. Sólo faltaba aprender a cantar bien y hacer círculos de humo.
Ya sabía tocar guitarra, el canto era lo de menos, total, entre embriagarse y la bulla acumulada de todo y todos cantar bien o cantar mal no era el dilema.
Carlos le iba a enseñar a hacer círculos de humo, eso suponía, eso esperaba. Y claro, ninguno en realidad sabía, Carlos seguía siendo un pésimo conquistador y Manuel no se daba cuenta que su compañera dejó de considerarlo como una opción desde el momento en que Manuel pensaba que podía ser una opción. Ese aburrido día donde darse cuenta no es tan divertido o dramático como se esperaba.
No hubo golpes, ni siquiera gritos.
La única diferencia es que ahora habían más canciones tristes en el reproductor.

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