Compramos unos cuantos caños,
unas cuantas matas, unos puchos,
muchas latas y botellas de alcohol puro,
dulce esencia,
y nos fuimos a una casa
infectada de placer, sudor y carne libre.
Nos pasamos horas creyendo
perdurar por siempre en esos interminables
juegos y promesas que ilusos cazadores
van gritando al cielo
a medida que eyaculan sobre
el suelo, esperando ver brotar las hojas.
Como las más salvajes
y dominadoras animales, habitantes
del inmundo planeta humano
nos secamos y reímos
hasta la última gota,
la última y su clímax,
la última en su espuma,
la espuma y la flor que
en sus pétalos caídos,
cansados de los golpes
se cierra hasta nuevo aviso.
Entonces no dispara más,
cazador se retira.
Si piensa un poco vuelve a la aventura,
si piensa mucho se queda esperando un yacimiento de petróleo.
Y ninguno de los dos busca recordar,
entonces leyeron bien
las reglas para romperlas
al pie de la letra.
Se cagan en sus tablas.
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