Cuando sube la marea
y estamos desparramados
no pescamos,
nos quedamos ahí y esperamos que ya sea demasiado peligroso.
Y nos dio frío en un lapsus,
en una bocanada aleatoria,
un golpe de sal a la yugular.
Y el mar nos dejó aturdidos.
Nos sentamos en las tablas
al borde del paseo peatonal,
conversamos acerca de si había salsa de tomates
para volver a la casa
y comer, bien tarde
poniendo una radio al azar
(pero no tan al azar).
Pasaron semanas,
y por más que nos bañamos
todos los días
la arena y la sal no se iban,
la espuma en el pelo,
se siente
pero no es incómodo,
es más bien una sensación
agradable.
Y un abrazo por la espalda,
no sé si podría existir algo mejor.
Ah, sí... en la radio suena
'Enjoy the Silence'.
Y una sonrisa cómplice.
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