Si entonces ya no caía nada
la vida tuvo cierta justificación
en dejar de creer en la gravedad.
Mas aún,
demostrando que al vaso sí le quedaban gotas,
y que además quería beberlas,
esa pausa terrorífica
le daba más razón aún.
Al momento en que se imaginaba
recibiendo el nobel refutando
a uno de sus ídolos más antiguos
le cayó el chorro de una manera potente,
dejándolo casi ciego
e intuitivamente dio un golpe a la nada,
rompiendo la piñata
y desatando el furor de los invitados.
Ya era demasiado tarde.
O demasiado temprano.
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