La señora mosca y su vida corta,
la vida loca, pues tiene sólo un día;
vende sus almas, regala sus ojos
a quién la sepa tratar, a quién la sepa
guiar.
El señor abeja, no es un aprovechador,
sí es muy cariñoso, sí es muy comprensivo
y de poco terreno amoroso,
trabajador y preocupado, esperaba
al azar.
Ella en lo suyo,
pues tiene que vivir.
Él en lo suyo,
pues ellos tienen que vivir.
Entonces, muy cansada
doña mosca se tiene en un hogar de por ahí,
un sauce de esos tristes,
que seduce con sus lágrimas.
Entonces, muy apurado,
don abeja terminaba sus labores,
en un sauce de esos tristes,
que seduce con sus lágrimas.
Ella lloraba, pues creía
que su día de vida no valía la pena.
Él cansado escuchaba,
y contagiado, lloraba.
Se acercaron, víctimas de una ráfaga,
bastante fingida, pues ellos
querían atraerse (aunque sin gastar energía)
y el señor viento, que en ese entonces
sí existía,
les concedió el deseo.
Él señor abeja escuchaba atentamente,
la señora mosca se dejaba acurrucar.
En resumidas cuentas,
en tiempos de bichos,
es más rápido el amor.
Él señor abeja supo que
no era feliz, hasta ahora,
la señora mosca encontró
todo lo que buscaba.
Se sentían inmortales
y sus alas se entrecruzaban,
dando pequeñas brisas,
olor a miel y besos trasparentes.
La señora mosca, en su reloj mental,
sentía su vejez y presentía sus últimos segundos.
El señor abeja, embobado,
supo que ahora vivía, y no quería volver
a la muerte.
Recordó su anatomía,
y cuál vampiro en escala
le propuso a su amante
una última idea de amor.
La señora mosca, llena de pena
y nostalgia de los últimos segundos,
acepta con una última sonrisa.
El señor abeja clavó su lanceta,
y entonces ambos cayeron, frutos del amor.
El viento los hizo eternos,
pasa en tardes dejando olor a miel,
con miles de ojos dorados
y enseñando a los pequeños
a saber lo que es el verdadero amor.
Son leyenda entre los bichos,
son fábula de bichos.
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