Prefiero fuego,
prefiero ver arder aquello que apagaba
las sensaciones de una fría noche
que ver apaciguadas las ganas de la ignorancia.
No hay juego,
solo quema un poco el principio del tablero.
No hay fichas, no hay dado
y no, no es una profecía
la que dice como moverse.
No hay intuición, no hay estímulo ni reflejo.
Entonces queda sólo lo más fuerte,
mientras lentamente el resto
se convierte en un estorbo
de una nueva generación.
Las ganas de la ignorancia,
que hoy nos guían a un precipicio,
tiene un paracaídas
(a veces un planeador
y otras pocas una cuerda),
y no nos deja morir,
pero nos deja con el vértigo
y las ganas de vomitar,
eso, hasta el momento en que,
a punta de golpes,
triunfa la adrenalina.
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