Tocaba el timbre,
el ruido del motor
carcomía y hacía temblar
las manos del idiota que
llevaba las llaves para abrir
el candado que habría cambiado
ya cuatro veces para evitar
cosas como la que estaba ocurriendo.
No corrían los segundos,
pero sí las imágenes adentro.
Las más recientes, las más felices
hacían que su cara
más deformada se tornara,
que más triste se pusiera.
No corrían los segundos,
aumentaban los temblores
en menos de una fracción,
la misma fracción que hace años
le sugería una intuición.
Nadie le hizo caso,
ahora él tampoco se haría caso.
Las imágenes seguían sucediéndose,
brotando lágrimas y sudor helado,
aún en tensa calma,
sin ruidos ni gritos;
una noche extraña, no habían ruidos,
sí luz, mucha luz.
Sería abducido, analizado por una fuerza superior,
no natural.
Seguía, llave en mano,
viendo más y más imágenes.
No sintió nada,
no imaginaba ni pensaba
ni creaba ilusiones
con fracciones de segundos
que quedaron grabadas,
aún sin antes él saberlo.
Imágenes en mano,
mientras más felices,
más terrible era sentir morir
sin encontrarle un sentido superior a lo que ya eran.
Despertó al rato, con susto aún;
sin llave en mano,
sí con imágenes
que aclararían un poco
su sentido de vida.
Y dicen que todo calza, pollo.
Y que junte agua.
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